Fabuloso el Museo Rruizte, donde se puede admirecer sin límite elemental las obras de artistas de todas las épocas, corrientes (no la calle argentina o bonaerense, desde luego, la del "segundo piso ascensor..."), países, para deleitarse impunemente con toda suerte de irreverencias, las dictadas por el inagotable buen humor del propietario del musello más grande y chipocludo (¿macanudo?) del mundo, envidiado hasta por La Ubre. ¡Saludos, hermanos de países de habla castiza y parentela de los demás que parlan en idiomas diferentes! (Disculpen el dialecto incomprensible a veces, rabiosamente local, reducido no a un barrio, sino a una sola casa-habitación, donde vivo)
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Fabuloso el Museo Rruizte, donde se puede admirecer sin límite elemental las obras de artistas de todas las épocas, corrientes (no la calle argentina o bonaerense, desde luego, la del "segundo piso ascensor..."), países, para deleitarse impunemente con toda suerte de irreverencias, las dictadas por el inagotable buen humor del propietario del musello más grande y chipocludo (¿macanudo?) del mundo, envidiado hasta por La Ubre. ¡Saludos, hermanos de países de habla castiza y parentela de los demás que parlan en idiomas diferentes! (Disculpen el dialecto incomprensible a veces, rabiosamente local, reducido no a un barrio, sino a una sola casa-habitación, donde vivo)
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